El susurro de las profundidades
Confesiones de un árbol dormido desde el fondo del mar
En el abismo silencioso donde la luz del sol apenas se atreve a a bailar, un árbol nada común duerme desde hace eones. Sus ramas se extienden en un abrazo eterno y sus raíces, enredadas en el lecho marino, guardan secretos de un pasado lejano y olvidado.

Así comenzaban sus confesiones, aquellas que solo el mar podía escuchar.
“Durante siglos, he permanecido en este letargo, testigo mudo de la danza de la vida submarina”, murmuraba el árbol en el idioma del agua y del aire. Recordaba cuando, en tiempos remotos, había sido un orgulloso coloso en la tierra firme, rozando las nubes y acariciando el sol. Sus hojas, verdes y vivas, cantaban las melodías del bosque y del viento. Pero un destino inesperado lo condujo a este lecho profundo: un cataclismo, una tormenta ancestral que lo arrancó de su hogar y lo depositó en el abrazo salado del océano.
En el reino del silencio azul, el árbol había aprendido a soñar con la memoria. Cada burbuja que emergía desde su corteza susurraba historias de un tiempo en que la tierra y el cielo eran sus confidentes. “En mis raíces llevo las huellas del sol, el aroma de la tierra húmeda y el eco de las risas humanas,” confesaba en voz baja. El árbol dormía, sí, pero en su sueño viajaba por los senderos del recuerdo, recorriendo los bosques olvidados, reviviendo la calidez del verano y la fragilidad del invierno.
Las criaturas del mar lo visitaban en su letargo. Un pez plateado se deslizaba cerca de sus ramas, como si quisiera acariciar su memoria; un cardumen danzaba alrededor, iluminando el oscuro entorno con destellos de color. Ellos, en su inocente curiosidad, lo consideraban un guardián de las leyendas sumergidas, una enciclopedia viva de la existencia pasada y presente. Y el árbol, en respuesta, dejaba que sus murmullos se mezclaran con el vaivén de las corrientes marinas, revelando secretos de tiempos en que el mundo era un lugar diferente.
Una noche, en el crepúsculo eterno del océano, el árbol despertó de su largo sueño. Sus confesiones, durante tanto tiempo calladas, comenzaron a fluir con la fuerza de un torrente. “He sido testigo del amor y la pérdida, del nacimiento y la muerte. En la tierra, fui símbolo de vida y esperanza; en el mar, soy el relicario de todas las almas olvidadas. No hay olvido en mi existencia, solo la transformación y la perpetua búsqueda de significado”. Su voz, profunda y resonante, recorrió las profundidades, llenando de asombro y consuelo a cada ser viviente que habitaba ese reino acuático.
Los corales, que se mecían al ritmo de la corriente, parecían inclinarse para escuchar. Incluso el majestuoso tiburón, habitante de los rincones más oscuros, se detenía en su errante caza para rendir homenaje a aquella confesión ancestral. El árbol había descubierto que, aunque dormido en el fondo del mar, su esencia no se había perdido; se había transformado en un puente entre mundos, un testimonio de la resistencia y la continuidad de la vida.
Así, en el murmullo eterno del océano, las confesiones del árbol dormido se convirtieron en leyenda. Una historia que recordaba a todos que, incluso en los lugares más inhóspitos y en el silencio más profundo, la vida sigue contando sus relatos, y cada ser, por muy inerte que parezca, lleva en su interior un universo de memorias y sueños por compartir.
Txema Muñoz 2025
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